Thursday, April 04, 2013

I LOVE BARCELONA


ÁNGELES CASO escribe periodicamente en el “Magazine” de LV.  Recupero para ustedes este artículo dedicado a barcelona, que termina asi:
Definitivamente, me gusta Barcelona. Y pienso que quizá muchos de esos que dicen no entender a los catalanes se curarían de sus prejuicios si se diesen una vuelta por aquí, con la mente abierta, los sentidos bien despiertos y la actitud necesaria para permitir que cada cual viva la vida que quiere vivir.
Angeles caso fue finalista del premio Planeta en 1994 con la obra “eL PESO DE LAS SOMBRAS”, galardón que gano el 2009 con “contra el viento”. NACIO EN GIJÓN.

I love Barcelona




El trabajo me deja libre una mañana entera, antes de volver a coger el avión de vuelta a casa. Es otoño, pero se diría que estamos en uno de esos gozosos días de primavera, cuando el cuerpo comienza a estirarse después del encierro invernal, como si aspirara a ocupar todo el lugar posible en el espacio, y el buen tiempo parece prometer largos días de playa y placeres. Cielo azul, deliciosa temperatura y, en la sombra, ese airecillo que viene del mar y que siempre me recuerda los días de la infancia, mi tiempo de niña en Gijón, cuando de pronto, al doblar una esquina, el olor del salitre me invadía, llenándome de ganas de correr hacia la arena.

Paseo despacio, disfrutando de esta ciudad espléndida. Recorro el paseo de Gràcia, ese corazón del Eixample, ejemplo perfecto del urbanismo y la arquitectura de estirpe burguesa del XIX y símbolo del poderío empresarial de muchas de las familias que la poblaron. Por enésima vez, me paro conteniendo la respiración frente a los dos edificios de Gaudí, la casa Batlló yla Pedrera, ante los que se fotografían boquiabiertos decenas de turistas. Pero también contemplo otras construcciones de calidad que bordean el paseo y, como suelo hacer, saludo al pasar junto al hotel Majestic al espíritu de Antonio Machado, que vivió aquí una parte de sus últimos días, antes de dirigirse hacia la derrota definitiva de todas sus ideas y la muerte rápida y despojada, al otro lado de la frontera de Francia.

Atravieso luego deprisa la bulliciosa plaza Catalunya, y me pierdo por las callejuelas del Barri Gòtic, con sus recuerdos romanos y su poderío medieval. A ratos me detengo ante alguno de los muchos músicos callejeros que acompañan el ritmo lento y libre de tráfico de la zona: la soprano que un día tuvo una carrera prometedora y ahora lanza al aire sus Ave Maríatemblorosos junto a la catedral, el animoso trío de jazz que ha tenido el valor de transportar hasta aquí un piano y que alegra con su talento la mañana luminosa. O los geniales mexicanos que, con sus cuencos de agua, sus teclados minúsculos y sus misteriosos instrumentos de percusión, transforman el jazz en una música sagrada, en la que permanezco atrapada y feliz durante un largo tiempo.

Bajo luego hasta el mar, sí, el mar que más amo, el de Ulises, las aguas de Poseidón y las sirenas y los delfines salvadores de náufragos. Como habitante de tierra adentro, envidio la suerte de esta ciudad que se asoma a la luz y la belleza del Mediterráneo. Igual que envidio –no, mejor decir que admiro– su belleza, y el cuidado que le prodigan sus vecinos, haciendo de ella un lugar en el que disfrutar de la vida parece fácil. Me gusta su gente, la educación con la que me tratan, la seriedad con la que cumplen con su trabajo, sin necesidad de armarse de falsas simpatías para esconder la ineptitud. Y su lengua, que respetan y defienden porque, igual que todas las lenguas, contiene en sí misma toda una cultura, una historia y una manera de ver el mundo. Definitivamente, me gusta Barcelona. Y pienso que quizá muchos de esos que dicen no entender a los catalanes se curarían de sus prejuicios si se diesen una vuelta por aquí, con la mente abierta, los sentidos bien despiertos y la actitud necesaria para permitir que cada cual viva la vida que quiere vivir.
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