LA LIBERTAD DE EXPRESION Y SUS LIMITES
Estos días se
han producido y publicado una gran variedad de reflexiones sobre el origen de
los atentados de París y sobre los límites de la libertad de expresión.
En España un
juez tiene problemas legales por expresar sus opiniones fuera de su recinto
profesional. Los dibujantes de la revista “Jueves” han tenido también sus
problemas. En consecuencia, me permito transcribir un extracto de la opinión
del periodista Lluis Foix (LV 14/1) sobre este tema:
Nuestro siglo
empezó con los ataques del 11 de septiembre de 2001 que abrieron el camino a
una confrontación abierta contra los supuestos autores de aquella cruel
matanza. Se adiestraron en Afganistán y una coalición internacional derribó a
los talibanes de Kabul. Siguió en Iraq con una guerra sin las causas invocadas
de las armas de destrucción masiva. Cientos de miles de personas han muerto,
han huido o se han desplazado para no ser aniquiladas. Es una guerra dispersa,
ideológica, en la que el terrorismo de cuño islámico utiliza los avances
tecnológicos de nuestra civilización para intentar destruirla substituyéndola
por otra que niega nuestros valores.
Los millones
de ciudadanos que se manifestaron en París defendían la civilización
democrática, laica, multiconfesional, con separación entre los tres poderes,
con la libertad de practicar cualquier religión, donde la mujer es
jurídicamente y socialmente igual al hombre y donde la libertad de pensamiento
hace posible la ciencia y el progreso. Es esta civilización la que el islamismo
integrista quiere combatir y destruir desde el incipiente Estado Islámico que
ocupa amplios territorios de Iraq y Siria. Se calcula que unos 1.400 franceses
o ciudadanos que residen en Francia se han alistado a la yihad. Unos 70 han
muerto en Siria que está siendo bombardeada persistentemente por drones
occidentales sin conseguir frenar el expansionismo de unos fanáticos que
eliminan a todos los que no comparten su causa.
Desde los
atentados del día 7 de enero se han registrado más de cincuenta actos
islamofóbicos en Francia. La canciller Merkel se manifestó el lunes en Berlín
para defender a los musulmanes que están siendo atacados por la organización
islamofóbica Pegida que, paradójicamente, a la misma hora, desfilaba por las
calles de Dresde con un crespón negro en señal de simpatía con las víctimas de
los asesinatos de París. Desde hace varios meses, cada lunes, miles de alemanes
se manifiestan en Dresde y en otras ciudades en contra de la islamización de
Europa. Alemania está sorprendida por el aumento de simpatizantes a una causa
que va en contra de más de cuatro millones de musulmanes, mayormente turcos,
que viven en el país y que representan el 5 por ciento de la población. En
Francia son el 7.5 por ciento, el 6 por ciento en Bélgica, el 5 por ciento en
el Reino Unido, en Holanda y en Suecia y el 3 por ciento en España. En el
conjunto de Europa viven unos 44 millones de musulmanes, muchos de ellos con la
nacionalidad de sus respectivos países. Una vez levantado el velo del
multiculturalismo se ha descubierto un conjunto de sociedades paralelas que,
lejos de integrarse, se mantenían al margen o en contra de los valores cívicos
y políticos de nuestra civilización basada en la libertad.
La integración
es difícil y no se alcanza en una generación. Hay que convivir con el respeto
que se merece toda persona mientras cumpla sus deberes y exija sus derechos. No
es aceptable que ataquen nuestras libertades y que unos cuantos entren con
fusiles en una redacción de una revista satírica y maten a doce personas. Nada
justifica estos crímenes.
El humor y la
sátira forman parte importante y prioritaria de las sociedades libres. Pero hay
que aceptar que varios millones de ciudadanos europeos, musulmanes, pueden sentirse
ofendidos por las mofas gratuitas al Profeta. No me gustan. En Alemania,
comprensiblemente, no se admiten bromas sobre los judíos ni el Holocausto. La
explotación occidental de Oriente Medio ha creado movimientos radicales que se
han refugiado en la religión para expulsar a Occidente y sus valores del mundo
islámico intentando recrear los imperios de la Edad Media, un sueño que
justifica cualquier sacrificio. El Estado Islámico, bárbaro y criminal, cabría
situarlo en este contexto.
Jacques
Delors, en su crítica al choque de civilizaciones de Samuel Huntington,
compartía con el autor que los conflictos del futuro estarán más determinados
por los factores culturales que por los económicos o ideológicos. Occidente,
decía, necesita desarrollar una más profunda comprensión de las concepciones
religiosas y filosóficas de otras civilizaciones. Las causas del atraso de
muchas sociedades musulmanas son la pobreza, las graves desigualdades, la
ignorancia y el subdesarrollo. El nuevo orden mundial deberá basarse en la
pedagogía del respeto. Hace un siglo, el tratado de Versalles fijaba las nuevas
reglas tras la Gran Guerra que condujo a nuevas guerras. Se pueden repetir los
mismos errores, pero no hace falta.
1 Comments:
Ellos se lo buscaron
Francesc Marc Alvaro dice;
Que una parte de la población -poca o mucha- de un Estado democrático considere que un chiste que no gusta puede ser replicado con una bala o una bomba es un desafío igual o mayor que las tramas terroristas propiamente dichas o la llegada de imanes que controlan el día a día de barrios enteros. Porque nos aboca a los límites y a los déficits de la educación en los valores democráticos, así como a los posibles o reales errores a la hora de concretar con eficacia lo que es la integración en una sociedad plural y abierta. Descubrir que hay una distancia casi insalvable entre lo que se dice en la escuela y lo que se dice en algunas familias sobre la triangulación violencia-religión-libertades básicas es intuir que, al margen de la persecución de los fanáticos dispuestos a matar y morir para imponer su visión del mundo, la tarea más complicada es desmontar la legitimación pasiva que la violencia yihadista puede tener entre europeos de fe musulmana. El psicólogo Saïd El Kadaoui habla del desarraigo y la desorientación que sufren las familias magrebíes -a menudo provenientes de entornos rurales- cuando aterrizan en un contexto urbano y democrático como el nuestro o el francés. Ante el desconcierto y el sentimiento de exclusión, el integrismo puede proporcionar certezas fáciles y una identidad idealizada que se opone a la complejidad contemporánea, fuertemente influida por el relativismo.
Llegados a este punto, deberíamos preguntarnos cómo estamos dispuestos a fabricar demócratas con más garantías de éxito. Esto incluye una lucha paralela contra el yihadismo y contra toda forma de racismo y xenofobia. Un combate de argumentos desde la escuela y también llegando a los hogares donde determinados mensajes pueden tener acogida. Si hablamos de la banlieue, muchos responderán que la clave es invertir mucho más desde la administración, porque la cohesión social es el mejor cortafuego contra la seducción de la doctrina integrista; la falta de horizontes vitales y laborales hace que algunos jóvenes se sientan más atraídos por la aventura que promete el extremismo islamista. Con todo, no siempre los que se apuntan al horror son los que han fracasado en los estudios o no tienen empleo, también encontramos -pasó en Londres- terroristas islamistas con formación superior y aparentemente integrados sin problemas. El factor socioeconómico es esencial pero no es lo único que tener en cuenta cuando queremos prevenir que una parte de los jóvenes europeos musulmanes se convierta en enemigo declarado y frontal de la sociedad democrática dentro de la cual ha crecido.
Todo el mundo habla de control, de seguridad. Queremos dar con la ecuación perfecta que nos permita seguir ejerciendo unas libertades irrenunciables mientras nos enfrentamos a una amenaza aterradora. Todo esto es importantísimo. Pero ahora y aquí me preocupa, sobre todo, el chico que levanta la mano dentro del aula para exponer tranquilamente que los dibujantes asesinados en París se lo buscaron y que, por lo tanto, las víctimas de la tragedia son responsables de su muerte.
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