Tuesday, August 03, 2010

ESTOCADAS. TRADICIONES Y TOROS


Toni Soler estaba contento el otro día en “La Vanguardia” por la estocada propinada a los que defienden las corridas de toros. Decía se trata de una cuestión de estricto respeto a los derechos de los animales, sin connotaciones identitarias.
Afirmaba que todo el mundo asocia al toro con la españolidad y tanto es así que muchos ponen un astado en su bandera. Lo vi hace un par de días en un estadio de fútbol. Lo remacha Toni Soler: “todo el mundo sabe que hoy, a nivel sentimental, Catalunya está más lejos de España. También lo sabe la España eterna, que se ha mostrado ofendida, rechazada en lo más profundo de su ser: porque no está en cuestión un espectáculo, sino un icono. “

Sin embargo, he leído un poco sobre el tema y me encuentro con algunas sorpresas, hechos o verdades que nos recuerdan que el abolicionismo no es solamente un ideal universal sino que desde hace siglos ha estado presente en la historia de España.
Yo quisiera creer como Toni Soler que Catalunya prohíbe los toros, “no por ser más catalana y menos española, sino porque es más plural y más cosmopolita que hace medio siglo.” Y que estamos en una sociedad nueva en la que los toros ya no pintan nada (no sólo por el maltrato animal, también por sus valores decimonónicos. Una “Catalunya sin toros no es más diferente, sino más parecida al resto del mundo civilizado.”

Los taurinos defienden los toros en nombre de la libertad. Por cierto, esta palabra se utiliza junto a toda clase de insultos e improperios contra los representantes políticos del país y contra los que promovieron y apoyaron la moción de censura.
Un político de izquierdas dijo en el Parlament: "Por supuesto que los toros son una tradición catalana. Pero que sea catalana no quiere decir que sea buena". Una estocada. Esperaban un discurso antiespañol para poder añadir más leña al fuego. No hacía falta porque el ABC tildó la votación de "farsa" y El Mundo calificó a Montilla y a Carod de "animales" mediante una caricatura, a pesar de que Montilla declaró que votó en contra. Pero todavía siguen los insultos e improperios que vomita cierta prensa de Madrid contra personas e instituciones. Como curiosidad o hay que destacar que el principal promotor antitaurino en Catalunya es un argentino, y que los de la plataforma Prou! no han lucido senyeres. En cambio sí lo han hecho muchos taurinos.
A los españoles en general, según un reciente sondeo, no gustan de los toros pero, afirman, no hay porque prohibirlos. ¿Razones políticas? Desde luego. ¿Hay que prohibir los correbous? Desde luego. Pero no era necesario que “la caverna” soltara tantos insultos e improperios omitiendo, en general, que la prohibición que existe en las Islas Canarias fue promovida por un diputado del PP.
Se omiten también los siguientes hechos:
Que a partir del siglo XV y hasta el siglo XVII se discutió en España la ilicitud del toreo. Que el Papa Pio V (1567) prohibió corre toros en público bajo castigo de excomunión. La orden fue revocada por Clemente VII bajo presiones de Felipe II. Felipe V hizo esfuerzos para prohibir los toros. Carlos III los prohibió mediante una ley (1805) que no se cumplió.
Pensadores, poetas, artistas y escritores defendieron la causa anti taurina entre ellos Tirso de Molina, Quevedo, Pérez Galdós, Azorín, Rubén Darío y Unamuno. Pero ahora resulta que son los catalanes lo que arremeten contra los toros porque se quieren separar de España, lo cual es otro tema. Por el lado de los defensores de las corridas podemos citar a García Lorca, Hemingway, Miguel Ángel Asturias, Neruda y seguro que muchos más. Para algunos, y cito textualmente , “Cataluña ha muerto”. EL PP está presentando una proposición de ley para combatir la prohibición de los toros, basada en motivos de interés “cultural y artístico”. Lean los extractos de los artículos de Jesús Mostarín publicados en este mismo blog.
Resuenan voces alertando que esta prohibición es un atentado diabólico contra la libertad. Voces que tildan de ignorantes y mentes retorcidas a los que respaldaron la moción. Barbarie, locura, brutalidad…. Sea como sea, los taurinos han fracasado, por ahora, en su intento de convencer a los políticos catalanes. ¿Podemos pasar por alto el sufrimiento de un animal en aras de un rito histórico, simbólico y artístico? El debate sigue abierto. La proximidad geográfica y cultural de Catalunya con Europa ¿ha influido en la toma de decisiones? Y si se logran prohibir por completo ¿Qué haremos con los monumentos? ¿Se lo preguntaremos a los romanos?

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¿FIESTA NACIONAL O VERGUENZA NACIONAL?


EL PRINCIPIO DEL FIN

POR JESÚS MOSTERÍN 29/07/2010
EXTRACTO

Las tradiciones más sanguinarias fueron abolidas en casi todas partes. Sin embargo, en España apenas hubo Ilustración y Fernando VII cortó de cuajo sus débiles brotes, restaurando la Inquisición y la tauromaquia, entre otros horrores. España se convirtió en una excepción y anomalía, la famosa España negra, caricaturizada por Goya, una anacrónica bolsa de crueldad y cutrerío alejada de cualquier ciencia y compasión.
Llevamos casi dos siglos tratando de quitarnos de encima esa siniestra tradición de la España negra. Ello ha constituido un proceso desesperantemente lento. Desde la supresión definitiva de la Inquisición en 1834 hasta la recién aprobada abolición de la tauromaquia en Cataluña (a partir de 2012), pasando por la introducción de la democracia en España tras la muerte de Franco y la lucha contra el maltrato a las mujeres, paso a paso hemos ido lavando nuestra cara cultural y acercándonos al nivel intelectual, político y moral del resto de Europa. Uno de los últimos capítulos pendientes es el acabar con la crueldad hacia los animales no humanos, presuntamente justificada por la idea anticientífica de que el ser humano no es un animal, sino un hijo de Dios, separado por un abismo del resto de las criaturas y colocado en el mundo para explotarlas y hacerlas sufrir.
La consistencia no es un valor apreciado por los políticos. En la Comunidad Canaria ya no hay corridas de toros ni peleas de perros desde 1991, pero sigue habiendo peleas de gallos, tan crueles como las corridas. Ahora, el Parlamento de Cataluña ha decidido prohibir por crueles las corridas de toros, pero no los correbous (encierros) ni los toros embolados, igualmente crueles (lo peor no es la muerte del animal, sino su sufrimiento inútil), también con la excusa de que son tradicionales. También los ingleses caían en esa incoherencia, habiendo abolido la tauromaquia y otros tipos de maltrato animal, pero manteniendo la cruel caza del zorro con perros, por tradicional. Afortunadamente, los ingleses lograron la consistencia al prohibir la caza del zorro en 2004. Mariano Rajoy dice estar alarmado , pues si se empieza prohibiendo la tauromaquia, podría acabarse prohibiendo la caza. Ojalá. La tauromaquia no es la única salvajada. Matar animales por mera diversión, como en la caza, es algo éticamente indefendible, pero el progreso no se consigue de golpe, sino paso a paso.
Nadie ha planteado el debate sobre la tauromaquia en Cataluña como una separación de España. Los líderes del PP (y algunos del PSOE) están mal informados y confunden sus fantasmas mentales con la realidad. De entre los muchos expertos que comparecimos ante la comisión pertinente del Parlamento de Cataluña a favor de la abolición de las corridas de toros, ni uno solo empleó argumentos nacionalistas o identitarios.
Curiosamente, fueron los taurinos los únicos que agitaron ese espantajo, subrayando la tradición tauromáquica catalana e incluso sacando a los toreros en la Plaza Monumental de Barcelona con la barretina por montera y la señera por capote.
Aprobando la abolición de las corridas de toros en su comunidad en un proceso de impecable factura democrática, el Parlamento Catalán ha atendido a las razones y valores universales por encima de los tribales y tradicionales (excepto por la pequeña incoherencia ya señalada con los correbous ). La discusión previa en comisión ha sido de una inusitada racionalidad y seriedad y ha puesto el listón muy alto. El Parlamento de Cataluña ha prestado un gran servicio a Cataluña, a España y a la noble causa del triunfo de la compasión en el mundo. Este paso es el principio del fin de la tauromaquia, cuya decadencia y desprestigio contribuirá a acelerar.

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LA ESPAÑA NEGRA Y LA TAUROMAQUIA


por JESÚS MOSTERÍN ( 11/03/2010 ) EL PAIS

La inmensa mayoría de la gente opina que la tortura pública de los toros es una salvajada injustificableLa única moraleja es metodológica.
La tradición no justifica nada
De la palabra latina mores (costumbres) procede nuestro término moral. El conjunto de las costumbres y normas de un grupo o una tribu constituye su moral. Cosa muy distinta es la ética, que es el análisis filosófico y racional de las morales. Mientras la moral puede ser provinciana, la ética siempre es universal. Desde un punto de vista ético, lo importante es determinar si una norma es justificable racionalmente o no; su procedencia tribal, nacional o religiosa es irrelevante. La justificación ética de una norma requiere la argumentación en función de principios generales formales, como la consistencia o la universalidad, o materiales, como la evitación del dolor innecesario. Desde luego, lo que no justifica éticamente nada es que algo sea tradicional.
Algunos parecen incapaces de quitarse sus orejeras tribales a la hora de considerar el final del maltrato público de los toros. No les importa la lógica ni la ética, el sufrimiento ni la crueldad, sino sólo el origen de la costumbre. La crueldad procedente de la propia tribu sería aceptable, pero no la ajena. En cualquier caso, y contra lo que algunos suponen, ni las corridas de toros son específicamente españolas ni los correbous (o encierros) son específicamente catalanes. De hecho, ambas salvajadas se practicaban en otros países de Europa, como Inglaterra, antes de que la Ilustración condujera a su abolición a principios del siglo XIX.
Siempre resulta sospechoso que una práctica aborrecida en casi todo el mundo sea defendida en unos pocos países con el único argumento de ser tradicional en ellos. Aparte de España, las corridas se mantienen sobre todo en México y Colombia, dos de los países más violentos del mundo. Otros países más suaves de Latinoamérica, como Chile, Argentina o Brasil, hace tiempo que las abolieron. Las normas más respetables suelen ser universales. Todo el mundo está de acuerdo en que no se debe matar al vecino, ni mutilar a la vecina, ni quemar el bosque, ni asaltar al viajero. Por desgracia, en muchos sitios hay costumbres locales crueles, sangrientas e injustificables, aunque no por ello menos tradicionales. De hecho, todas las salvajadas son tradicionales allí donde se practican.
Los españoles no tenemos un gen de la crueldad del que carezcan los ingleses; la diferencia es cultural. En España siguen celebrándose encierros y corridas de toros, pero no en Inglaterra (donde hace dos siglos eran frecuentes), pues los ingleses pasaron por el proceso de racionalización de las ideas y suavización de las costumbres conocido como la Ilustración.
Aquí apenas hubo Ilustración ni pensamiento científico, ético y político modernos. Muchos de nuestros actuales déficits culturales proceden de esa carencia.
A los enemigos de los toros, es decir, a los defensores de las corridas, una vez gastados los cartuchos mojados de las excusas analfabetas, como que el toro no sufre, sólo les quedan dos argumentos: que las corridas son tradicionales y que su abolición atentaría contra la libertad.
Cuando, en el Parlamento de Cataluña, Jorge Wagensberg mostraba uno a uno los instrumentos de tortura de la tauromaquia, desde la divisa hasta el estoque, pasando por la garrocha del picador y las banderillas, y preguntaba: "¿Cree usted que esto no duele?", un escalofrío recorría el espinazo de los asistentes.
Ningún liberal ha defendido un presunto derecho a maltratar y torturar a criaturas indefensas. De hecho, los países que más han contribuido a desarrollar la idea de la libertad, como Inglaterra, han sido los primeros que han abolido los encierros y las corridas de toros. Curiosamente, y es un síntoma de nuestro atraso, la misma discusión que estamos teniendo ahora en España y sobre todo en Cataluña ya se tuvo en Gran Bretaña hace 200 años. Los padres del liberalismo tomaron partido inequívoco contra la crueldad. Ya entonces, frente al burdo sofisma de que, puesto que los caballos o los toros no hablan ni piensan en términos abstractos se los puede torturar impunemente, el gran jurista y filósofo liberal Jeremy Bentham señalaba que la pregunta éticamente relevante no es si pueden hablar o pensar, sino si pueden sufrir.
En vez de crear el partido liberal moderno del que carecemos y de formular una política económica alternativa a la del Gobierno, los dirigentes del Partido Popular se ponen a correr hacia atrás, se enfundan la montera y el capote, pontifican que el mal cultural de las corridas de toros es un bien cultural e invocan las esencias de la España negra para tratar de arañar un par de votos, sin darse cuenta de que a la larga pueden perder muchos más con semejante actitud.
Esperanza Aguirre cita a Goya en primer lugar de sus referencias culturales favorables a la tauromaquia. Lo mismo podría haber acusado a Goya de estar a favor de los fusilamientos, pues también los pintaba.
No le vendría mal repasar los grabados de Goya sobre la tauromaquia para encontrar la más demoledora de las críticas a esa práctica. Las series negras de los disparates, los desastres de la guerra y la tauromaquia nos presentan el más crítico y descarnado retrato de la España negra, un mundo sórdido, oscuro e irracional de violencia y crueldad, habitado por chulos, toreros, verdugos, borrachos e inquisidores.
Goya se fue acercando a las posiciones de los ilustrados, como Jovellanos, partidarios de la abolición de los espectáculos taurinos. Y si acabó exiliándose a Francia y viviendo en Burdeos fue por su incompatibilidad con el régimen absolutista ("¡vivan las cadenas!") de Fernando VII, enemigo de la inteligencia, restaurador de la censura y la Inquisición, creador de las escuelas taurinas y gran promotor de las corridas de toros.
Jesús Mosterín es profesor de Investigación en el Instituto de Filosofía del CSIC.

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¿ARTE O TORTURA?

 
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