Thursday, April 25, 2013

MEDIO PAN Y UN LIBRO

A propósito del día de Sant Jordi:

Discurso de Federico García Lorca al  inaugurar la biblioteca de su pueblo (Fuente Vaqueros, Granada) el 8
de septiembre de 1931.



Cuando alguien va al teatro, a un concierto o a una fiesta de cualquier índole que sea, si la fiesta es de su agrado, recuerda inmediatamente y lamenta que las personas que él quiere no se encuentren allí. «Lo que le gustaría esto a mi hermana, a mi padre», piensa, y no goza ya del espectáculo sino a través de una leve melancolía. Ésta es la melancolía que yo siento, no por la gente de mi casa, que sería pequeño y ruin, sino por todas las criaturas que por falta de medios y por desgracia suya no gozan del supremo bien de la belleza que es vida y es bondad y es serenidad y es pasión.

"Por eso no tengo nunca un libro, porque regalo cuantos compro, que son infinitos, y por eso estoy aquí honrado y contento de inaugurar esta biblioteca del pueblo, la primera seguramente en toda la provincia de Granada.

No sólo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro. Y yo ataco desde aquí  violentamente a los que solamente hablan de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales que es lo que los pueblos piden a gritos. Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan. Que gocen todos los frutos del espíritu humano porque lo contrario es convertirlos en máquinas al servicio de Estado, es convertirlos en esclavos de una terrible organización social.


"Yo tengo mucha más lástima de un hombre que quiere saber y no puede, que de un hambriento. Porque un hambriento puede calmar su hambre fácilmente con un pedazo de pan o con unas frutas, pero un hombre que tiene ansia de saber y no tiene medios, sufre una terrible agonía porque son libros, libros, muchos libros los que necesita y ¿dónde están esos libros?

Libros! ¡Libros! Hace aquí una palabra mágica que equivale a decir: «amor, amor», y que debían los pueblos pedir como piden pan o como anhelan la lluvia para sus sementeras. Cuando el insigne escritor ruso Fedor Dostoyevsky, padre de la revolución rusa mucho más que Lenin, estaba prisionero en la Siberia, alejado del mundo, entre cuatro paredes y cercado por desoladas llanuras de nieve infinita; y pedía socorro en carta a su lejana familia, sólo decía: «¡Enviadme libros, libros, muchos libros para que mi alma no muera!». Tenía frío y no pedía fuego, tenía terrible sed y no pedía agua: pedía libros, es decir, horizontes, es decir, escaleras para subir la cumbre del espíritu y del corazón. Porque la agonía física, biológica, natural, de un cuerpo por hambre, sed o frío, dura poco, muy poco, pero la agonía del alma insatisfecha dura toda la vida.

"Ya ha dicho el gran Menéndez Pidal, uno de los sabios más verdaderos de Europa, que el lema de la República debe ser: «Cultura». Cultura porque sólo a través de ella se pueden resolver los problemas en que hoy se debate el pueblo lleno de fe, pero falto de luz".


Nota al margen: Cualquier semejanza con la realidad no es pura coincidencia.

El porcentaje de la población que no asoma a un libro es sumamente alta.

SANT JORDI. UNA INVITACIÓN A LA LECTURA



SANT JORDI, UNA INVITACION A LA LECTURA
Casi todos los años he dedicado unas líneas a esta fiesta tan destacada.  Fiesta de la fiestas, la llaman  algunos. Fiesta donde se entrelazan los libros con las rosas y las espigas.  Todo un regalo, en que nosotros,  los lectores, somos los protagonistas.  Como dice, acertadamente, la escritora y periodistas Pilar Rahola; “el delicado placer de la lectura convertido en un acto social”. Y todo ello, a través de un símbolo de belleza:  la rosa. Bajo un cielo libre de nubes, la ciudad, muchas ciudades y pueblos, han sido hoy todo un espectáculo, de gente,  de libros y de rosas

Thursday, April 04, 2013

I LOVE BARCELONA


ÁNGELES CASO escribe periodicamente en el “Magazine” de LV.  Recupero para ustedes este artículo dedicado a barcelona, que termina asi:
Definitivamente, me gusta Barcelona. Y pienso que quizá muchos de esos que dicen no entender a los catalanes se curarían de sus prejuicios si se diesen una vuelta por aquí, con la mente abierta, los sentidos bien despiertos y la actitud necesaria para permitir que cada cual viva la vida que quiere vivir.
Angeles caso fue finalista del premio Planeta en 1994 con la obra “eL PESO DE LAS SOMBRAS”, galardón que gano el 2009 con “contra el viento”. NACIO EN GIJÓN.

I love Barcelona




El trabajo me deja libre una mañana entera, antes de volver a coger el avión de vuelta a casa. Es otoño, pero se diría que estamos en uno de esos gozosos días de primavera, cuando el cuerpo comienza a estirarse después del encierro invernal, como si aspirara a ocupar todo el lugar posible en el espacio, y el buen tiempo parece prometer largos días de playa y placeres. Cielo azul, deliciosa temperatura y, en la sombra, ese airecillo que viene del mar y que siempre me recuerda los días de la infancia, mi tiempo de niña en Gijón, cuando de pronto, al doblar una esquina, el olor del salitre me invadía, llenándome de ganas de correr hacia la arena.

Paseo despacio, disfrutando de esta ciudad espléndida. Recorro el paseo de Gràcia, ese corazón del Eixample, ejemplo perfecto del urbanismo y la arquitectura de estirpe burguesa del XIX y símbolo del poderío empresarial de muchas de las familias que la poblaron. Por enésima vez, me paro conteniendo la respiración frente a los dos edificios de Gaudí, la casa Batlló yla Pedrera, ante los que se fotografían boquiabiertos decenas de turistas. Pero también contemplo otras construcciones de calidad que bordean el paseo y, como suelo hacer, saludo al pasar junto al hotel Majestic al espíritu de Antonio Machado, que vivió aquí una parte de sus últimos días, antes de dirigirse hacia la derrota definitiva de todas sus ideas y la muerte rápida y despojada, al otro lado de la frontera de Francia.

Atravieso luego deprisa la bulliciosa plaza Catalunya, y me pierdo por las callejuelas del Barri Gòtic, con sus recuerdos romanos y su poderío medieval. A ratos me detengo ante alguno de los muchos músicos callejeros que acompañan el ritmo lento y libre de tráfico de la zona: la soprano que un día tuvo una carrera prometedora y ahora lanza al aire sus Ave Maríatemblorosos junto a la catedral, el animoso trío de jazz que ha tenido el valor de transportar hasta aquí un piano y que alegra con su talento la mañana luminosa. O los geniales mexicanos que, con sus cuencos de agua, sus teclados minúsculos y sus misteriosos instrumentos de percusión, transforman el jazz en una música sagrada, en la que permanezco atrapada y feliz durante un largo tiempo.

Bajo luego hasta el mar, sí, el mar que más amo, el de Ulises, las aguas de Poseidón y las sirenas y los delfines salvadores de náufragos. Como habitante de tierra adentro, envidio la suerte de esta ciudad que se asoma a la luz y la belleza del Mediterráneo. Igual que envidio –no, mejor decir que admiro– su belleza, y el cuidado que le prodigan sus vecinos, haciendo de ella un lugar en el que disfrutar de la vida parece fácil. Me gusta su gente, la educación con la que me tratan, la seriedad con la que cumplen con su trabajo, sin necesidad de armarse de falsas simpatías para esconder la ineptitud. Y su lengua, que respetan y defienden porque, igual que todas las lenguas, contiene en sí misma toda una cultura, una historia y una manera de ver el mundo. Definitivamente, me gusta Barcelona. Y pienso que quizá muchos de esos que dicen no entender a los catalanes se curarían de sus prejuicios si se diesen una vuelta por aquí, con la mente abierta, los sentidos bien despiertos y la actitud necesaria para permitir que cada cual viva la vida que quiere vivir.
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